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La columna de Luis Ventura: el Maradona que nadie te contó

@LuisVenturaSoy

Diego Armando Maradona partió de gira a jugar otros campeonatos. Eligió otras canchas, prefirió ponerle fin a tantas angustias y tristezas. Su último cumpleaños, el número 60, lo pasó casi solo y aquel sueño imposible de sentar a todos sus hijos en una misma mesa se fue desvaneciendo a medida que corrían las horas de ese día hasta que llegó el momento de ir a El Bosque de La Plata, porque jugaba Gimnasia, el equipo que dirigía junto al Gallego Méndez, y ahí tomó dominio público que aquel Maradona inmortal empezaba a flaquear. Fue evidente. Aquel caudillo que se enfrentó a tantos poderosos, aquel rebelde, se había convertido en un ser vulnerable, endeble e infeliz.

La gente, los medios, los suyos y los ajenos se dieron cuenta que ése era otro Diego. Y cuando llegó a su casa de Brandsen, su abogado y amigo Matías Morla le dijo que se tenía que internar. Y llamaron al doctor Leopoldo Luque y coincidió, pero Maradona no quería. Fueron momentos de mucha tensión, de casi violencia física. Maradona fue llevado a una clínica de La Plata. En una tomografía constataron que había aparecido un coágulo subdural en su cerebro que le provocó un hematoma, y que convertía al poderoso Maradona en casi un zombi, como en las películas. Entonces se dieron cuenta que Diego estaba solo, y empezaron las corridas. La familia tomó conciencia que aquel “Pelusa” de Doña Tota y Don Diego podía morirse y se terminaba todo, sin darse cuenta que estaban en el umbral de muchas guerras mucho más feroces. Había que tomar medidas drásticas; se conjuraron las tres hijas que manejaron el tema, con la bendición de la silenciosa participante de “MasterChef Celebrity”.

El doctor Luque fue atacado, incluso algunos mandaron barrabravas a insultar al médico. Diego pidió que no lo hicieran porque era su amigo. Pero a Luque no le permitieron operarlo y lo hizo otro neurocirujano del propio equipo de Luque, supervisado por un profesor que propuso el abogado Víctor Stinfale, algo que a su colega Morla no le agradó mucho. Para el afuera operó Luque, la realidad marca que fue el doctor Risotti.

También cuestionaron la casa donde vivía Maradona que quedaba muy lejos. Ahí Verónica Ojeda lo podía ir a controlar con su hijito Dieguito Fernando. “¡Hay que mudarlo!…”, fue la arenga del triunvirato de hijas. La idea era que le quedara cerca a ellas y lejos a Verónica. Y lo mudaron a otra casa. Mucho más chica, sin baño privado, total podían traer uno químico aunque fuera de plástico. Diego pidió por Rocío de la que seguía enamorado: “Cómprenle un anillo de oro y brillantes y 5 docenas de rosas rojas“.

Una multitud de hinchas lo despidió en Casa Rosada (Pablo Villán/Crónica).

Y se fue a la casa pobretona que le alquilaron. No era igual a la de Brandsen. También confirmó que Rocío ya no estaba y andaba trabajando mucho y en otras cosas. Las hijas que lo mudaron para tenerlo más cerca fueron muy poco a verlo o directamente no fueron. Maradona se dio cuenta que estaba más solo que un hongo, y un día se cansó y empezó a pensar que lo mejor era entregarse. Y no comió más, no había médicos, los enfermeros no le exigían, sus pulsaciones volaban y se informaban, pero a nadie le importaba. Ya no iban ni a mangarlo y empezó a mezclar los medicamentos hasta que una noche, lo despidió su sobrino Jony, el hijo de Mary y El Morsa, a las 23.30 y nunca más se despertó. El más grande se había ido y jamás imaginó que se iría tan solo y tan triste, pero se fue y ya no vuelve. Solo nos dejó su recuerdo imborrable. ¡Maradoooó Maradooó! Te lo digo yo.

Por L.V.

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